Nuestra lucha por la Supervivencia - Capítulo 57
Capítulo 57: El precio de la supervivencia
El aire estaba cargado de un hedor pútrido e insoportable, una mezcla de sangre seca y carne podrida que se pegaba a la garganta como veneno. El eco de gruñidos inhumanos retumbaba en la oscuridad, creciendo en intensidad con cada segundo que pasaba. No había escape. No esta vez.
Andy, Carla y Scot estaban de pie en medio de un pasillo en ruinas, con los cuerpos destrozados de varios infectados esparcidos a su alrededor. Pero no importaba cuántos mataran, no importaba cuántas balas dispararan o cuántas cabezas aplastaran, porque seguían viniendo.
Primero eran unos pocos. Luego decenas. Ahora, cientos.
Andy apretó con fuerza el mango de un puñal, sintiendo cómo su único ojo sano le ardía de cansancio y desesperación. Su cuerpo estaba al límite, cada músculo clamaba por descanso, pero sabía que no podía detenerse. Si lo hacía, morirían todos.
—No… no puede ser… —murmuró Carla con la voz temblorosa, dando un paso atrás al ver la horda que se movía hacia ellos como un océano de carne y muerte.
Andy tragó saliva, sintiendo su corazón golpear su pecho con furia. Su respiración era errática, su mente trabajaba a toda velocidad buscando una salida. Pero no la había. Estaban atrapados.
—Mierda… —Scot se pasó una mano por la cara ensangrentada y miró a su alrededor. Sus ojos reflejaban algo que Andy nunca había visto en él. Miedo.
Los gruñidos se hicieron más fuertes. Más cercanos.
Los infectados tropezaban entre ellos, apretujándose contra los muros, saliendo de cada rincón como una plaga imposible de contener. Olía a muerte. El sonido de huesos crujiendo, de uñas arañando las paredes, de dientes rechinando con ansias asesinas, hacía que la piel de Andy se erizara.
No había más tiempo.
—Andy, Carla… —Scot inhaló profundamente, su voz firme pero con un matiz de resignación—. No todos vamos a salir de aquí.
Andy sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿De qué demonios hablas? —preguntó, su voz entrecortada por la adrenalina.
Scot giró hacia ellos, su cuchillo aferrado con fuerza. Había una extraña calma en su expresión, como si ya hubiera tomado una decisión antes de que alguien pudiera detenerlo.
—Voy a detenerlos. Ustedes tienen que seguir adelante.
El estómago de Andy se hundió.
—No...
Carla negó con la cabeza, sus ojos ya brillaban con lágrimas.
—No puedes hacer esto. No podemos dejarte atrás.
Scot esbozó una sonrisa, pero era una sonrisa vacía, rota.
—Claro que pueden. Y deben hacerlo.
Los infectados estaban cada vez más cerca. Menos de veinte metros.
Andy apretó los dientes, la furia quemándole el pecho. No iba a aceptar esto.
—¡No te vamos a abandonar, Scot!
Scot se giró hacia él y, por primera vez en mucho tiempo, su mirada tenía algo más que determinación. Había gratitud.
—Escúchame, Andy. —Scot lo miró fijamente, su voz ya no temblaba, sino que tenía un peso que lo hacía sonar definitivo—. Desde el primer día, han demostrado una fuerza que va más allá de cualquier arma o entrenamiento. Han caído, han sangrado, han perdido… pero nunca se han rendido. Ustedes tienen algo que este mundo necesita: esperanza.
Andy sintió su garganta cerrarse.
—Scot…
Scot negó con la cabeza, con una leve sonrisa triste en sus labios.
—Si hay alguien que merece seguir adelante, son ustedes. No solo por lo que han hecho, sino por lo que aún pueden hacer. Sigan luchando. Sigan sobreviviendo. No dejen que este infierno les arrebate lo que son. Así que en este momento, no hay nada más importante para mí que verlos a salvo.
Carla sollozó, negando una y otra vez, sin querer aceptar lo que estaba a punto de pasar.
Scot se volvió hacia ella y apoyó su mano en su mejilla ensangrentada.
—Carla… no dejes que este mundo mate lo que te hace quien eres. No pierdas tu humanidad. No dejes que el dolor te consuma.
Carla sollozó más fuerte, sin poder contener las lágrimas que caían por sus mejillas.
Scot finalmente miró a Andy, y su expresión se endureció.
—Y tú… tú nunca te rindas. No importa cuántas veces caigas, no importa lo que pierdas en el camino. Tienes que seguir adelante. Siempre.
Andy sintió que algo se rompía dentro de él.
Los infectados ya estaban a menos de diez metros.
Scot sonrió una última vez antes de levantar su pistola y avanzar hacia la horda.
—Nos vemos en la próxima vida, chicos.
Y entonces comenzó a disparar.
Los gritos de Andy y Carla se ahogaron en el estruendo de las balas y los rugidos de los infectados. Andy trató de correr hacia Scot, pero Carla lo sujetó con todas sus fuerzas, gritándole entre lágrimas.
—¡No podemos hacer nada! ¡Tenemos que irnos!
Andy sintió una rabia incontrolable apoderarse de él. No podía dejar que Scot muriera. No podía perderlo también.
Pero entonces, ocurrió lo imposible.
Un rugido ensordecedor rasgó el aire.
Explosiones.
Disparos.
El suelo tembló bajo sus pies mientras un torrente de balas impactaba contra la horda de zombis, haciéndolos volar en pedazos. Andy sintió el calor de las llamas y el olor de la pólvora llenar el aire. No entendía lo que estaba pasando.
Y entonces los vio.
Entre la nube de humo y sangre, un grupo de soldados avanzaba con precisión letal, sus rifles escupiendo muerte sobre los infectados. Sus uniformes oscuros estaban cubiertos de polvo y sudor, pero su presencia era como la de dioses descendiendo en medio del infierno.
Al frente de ellos, un hombre con un rostro severo y una cicatriz cruzándole la mejilla dirigía la ofensiva con una voz de mando implacable.
—¡Aseguren la zona! ¡No dejen a ningún maldito bastardo en pie!
Andy sintió cómo su cuerpo se estremecía.
Fernando.
Scot, que estaba a punto de ser devorado, cayó de rodillas, con los ojos abiertos por la sorpresa mientras las balas cortaban la horda como cuchillas invisibles.
Los infectados fueron cayendo uno tras otro, hasta que finalmente, todo quedó en silencio.
Andy sintió sus piernas fallar y cayó de rodillas, respirando entrecortadamente. Carla, todavía temblando, apenas pudo sostenerse en pie.
Fernando se acercó, observándolos con una mezcla de curiosidad y dureza.
—Casi llegan demasiado tarde —murmuró Scot, con una sonrisa cansada.
Fernando lo miró y luego desvió su atención a Andy, quien todavía no podía procesar lo que acababa de pasar.
El muchacho se desmayó luego de todo lo que había pasado. Y cuando despertó, escuchó los sonidos de un helicóptero. Habían sido rescatados por los militares.
—Bienvenido de vuelta, chico —dijo Fernando.
Pero Andy apenas lo escuchó.
Solo podía mirar a Scot, quien debería haber muerto… pero no lo hizo.
Y por primera vez en mucho tiempo, Andy sintió algo más allá del dolor.
Esperanza.
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