Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 56


Capítulo 56: La oscuridad antes del amanecer

El mundo era dolor. Un ardor insoportable consumía su rostro, una sensación punzante que se hundía hasta sus huesos.

Andy no podía ver. No con su ojo izquierdo. Solo había oscuridad. Una negrura profunda, un abismo interminable donde antes había luz.

Pero con el ojo derecho… vio sombras. Vio movimiento. Escuchó voces distantes, como si su conciencia flotara en el vacío.

—¡Andy! ¡Andy, responde!

La voz de Carla. Temblorosa. Desesperada.

—¡Maldición! Está perdiendo demasiada sangre.

Scot. Su tono grave, cargado de urgencia.

Andy intentó hablar, pero su garganta solo emitió un sonido ahogado. Todo su cuerpo temblaba. El frío lo invadía.

¿Era esto la muerte?

No.

No podía morir. No todavía. No cuando aún le quedaban tantas cosas por hacer.

Andy apretó los dientes, luchando por mantenerse despierto.

Y entonces, el mundo se desvaneció.


Pesadillas

La oscuridad lo envolvió. Y con ella llegaron las pesadillas.

Fragmentos de memoria destrozados, imágenes borrosas que se deslizaban en su mente como cuchillas afiladas.

Vio a Caín. Su sonrisa demente, la sangre goteando de su cuchillo. Sintió el dolor otra vez. El momento en que el acero penetró su ojo, la sensación caliente de la sangre corriendo por su rostro.

Y luego… vio algo más.

Algo que no recordaba.

Una ciudad en llamas. Sombras moviéndose entre los edificios en ruinas.

Voces. Susurros.

—Despierta…

—Todavía no es el final…

Andy jadeó, sobresaltado.

Y abrió los ojos.


Despertar en un mundo roto

La primera sensación que lo golpeó fue el dolor. Un ardor punzante en su rostro. Cada latido de su corazón era como un martillazo en su cráneo.

Intentó moverse, pero su cuerpo se sentía pesado. El aire estaba cargado con el olor a sangre y tierra.

No estaba muerto. Lo sabía porque el sufrimiento seguía ahí.

Lentamente, parpadeó con su ojo derecho. El izquierdo… no respondió.

Intentó levantar la mano y tocarse el rostro, pero algo lo detuvo. Un vendaje. Fuertemente atado alrededor de su cabeza.

Andy tragó saliva. Se obligó a respirar hondo.

Y entonces, escuchó una voz.

—¿A...Andy? —murmuró Carla con la voz quebrada, sin atreverse a creerlo.

Giró la cabeza con esfuerzo.

Su rostro estaba cubierto de ojeras, su cabello desordenado, su expresión cargada de preocupación.

—¿Carla...? —susurró.

Carla se tapó la boca con ambas manos, y las lágrimas que había contenido durante días comenzaron a brotar sin control. Se lanzó sobre él, con cuidado, abrazándolo con desesperación, como si temiera que se desvaneciera de nuevo. Lloraba de alivio, de dolor, de amor, de todo lo que había guardado en su alma rota.

—¡Estás vivo! ¡Andy! ¡Estás vivo!

Carla le apretó la mano con firmeza, como para asegurarse de que no volvería a irse. Las lágrimas le caían por las mejillas, no de debilidad, sino del alivio brutal de ver a su amigo despertar después de tantos días al borde de la muerte.

—No sabes cuánto me asustaste… —dijo con la voz temblorosa—. Te quedaste en silencio, y pensé que… pensé que te había perdido también.

Respiró hondo, y con los ojos húmedos pero la mirada encendida, añadió:

—Eres mi amigo, Andy… uno de los dos que me quedan. No pienso perderte. No ahora. No después de todo lo que hemos pasado.

Andy, apenas consciente, dejó que su mirada descansara en ella, con una mirada de bienestar. Carla acercó su frente a la de él, y, en un susurro entrecortado, pronunció una frase que nació del dolor.

—El mundo ya se acabó, Andy… pero mientras tú sigas aquí, todavía queda algo por lo que vale la pena vivir.

Andy intentó hablar, pero su garganta estaba seca.

—Gracias... Carla, pero... ¿Cuánto… tiempo?

Carla exhaló, su voz apenas un susurro.

—Han pasado dos días

Andy cerró los ojos un momento. Dos días. Había estado inconsciente dos malditos días.

Intentó incorporarse y hablar, pero una oleada de mareo lo derribó de vuelta.

Y Carla para que dejara de hacer esfuerzo, le dijo palabras que reflejaban lo que ella sentía en ese momento.

—Shh… descansa. Scot y yo seguimos aquí. No estás solo. Y mientras estemos juntos… no importa cuántas veces el mundo intente acabarse, nosotros lo haremos empezar de nuevo.

Andy cerró los ojos, tranquilo por primera vez en días. Y en ese instante, supo que si tenía una razón para seguir, era esa: Carla. Scot. Y el lazo irrompible que los unía como familia, en medio del fin.

Luego de unos minutos, volvió a levantarse y respiró con dificultad.

—¿Dónde estamos…?

—En un refugio improvisado —Carla bajó la mirada—. Scot te cargó todo el camino hasta aquí.

Andy tragó saliva. Le dolía admitirlo, pero sin Scot y Carla, habría muerto.

—Mi ojo…

Carla bajó la mirada. Sus manos se aferraron a la tela de su pantalón.

—No pudimos salvarlo.

Andy se quedó en silencio. No podía decir que no lo esperaba. Lo último que recordaba era el cuchillo de Caín hundiéndose en su rostro. Sabía que nada volvería a ser igual.

Y sin embargo… No podía permitirse caer ahora.

Andy respiró hondo. Y con más esfuerzo, se incorporó lentamente.

Carla lo miró con preocupación, pero no lo detuvo esta vez.

—Scot está afuera. Voy a avisarle que despertaste.

Andy asintió.

Cuando Carla se fue, se llevó la mano al vendaje. Tocó la tela áspera con los dedos temblorosos.

Un ojo menos.

Una parte de él… ya no existía.

Cerró los ojos.

Y dejó que la realidad lo golpeara.


Promesas y venganza

Scot entró en la habitación poco después. Su expresión era difícil de leer. Pero Andy notó algo en su mirada.

Algo que no había visto antes.

Respeto.

Se quedó de pie frente a él, con los brazos cruzados.

—He visto a muchos caer y no volver, chico… sinceramente, pensé que este sería tu final. Pero mírate… volviste. Y lo hiciste con los ojos de alguien que aún tiene algo por pelear. Me alegra tenerte de vuelta, Andy. De verdad.

Andy intentó sonreír, aunque el dolor lo obligaba a hacerlo con lentitud. Miró a Scot con los ojos aún pesados, pero con una chispa viva en ellos. Y con voz débil, pero firme, respondió:

—Gracias por no rendirte conmigo… A veces, lo que más se necesita para volver… es que alguien te esté esperando.

Scot soltó un leve bufido, pero su rostro seguía serio.

—Caín sigue vivo.

Andy apretó los puños.

Por supuesto que lo estaba. Ese maldito siempre encontraba la forma de sobrevivir.

—Sabíamos que esto no había terminado —continuó Scot—. Pero ahora… las cosas han cambiado.

Andy levantó la vista.

Scot lo observó fijamente.

—No eres el mismo de antes.

Andy no respondió. Porque sabía que era cierto.

No solo había perdido un ojo. Había perdido algo más.

Algo dentro de él se había roto.

Scot dio un paso adelante.

—No te voy a mentir. Si quieres seguir, será más difícil que nunca.

Andy exhaló lentamente.

—Lo sé.

Scot lo observó por un momento. Y luego, le extendió la mano.

—Entonces, ponte de pie.

Andy miró su mano.

Y la tomó.

Lentamente, se levantó.

El dolor era insoportable.

Pero se mantuvo firme.

Porque no importaba cuántas veces cayera.

Mientras pudiera ponerse de pie otra vez, seguiría adelante.

Caín pensó que lo había destruido.

Se equivocó.

Esto no era el final.

Era solo el comienzo.

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