Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 50


Capítulo 50: No debes morir

Andy sintió el peso de la sangre seca en su rostro mientras era empujado por dos de los hombres de Caín a través de un estrecho pasillo de concreto. La humedad impregnaba el aire, mezclándose con el hedor del óxido y la carne podrida. No sabía cuánto tiempo había pasado desde la pelea, pero cada músculo de su cuerpo ardía como si hubiera sido golpeado con martillos. Y, en cierto modo, así había sido.

Carla y Scot caminaban detrás de él, sus manos atadas, sus rostros ensombrecidos por el cansancio y la rabia contenida. Andy sabía que Carla estaba luchando por mantener la compostura, pero lo que más le preocupaba era Scot. Su mirada estaba perdida, su mandíbula tensa. Había visto ese estado antes, en soldados que habían pasado demasiado tiempo en el frente. Era la mirada de alguien al borde de romperse.

Caín los esperaba al final del pasillo, apoyado contra una puerta metálica con su habitual sonrisa socarrona. Golpeó la puerta dos veces y esta se abrió con un chirrido agudo. Dentro, la habitación era amplia, con una jaula de hierro en el centro y varias personas encadenadas contra la pared. Algunos apenas respiraban, otros ni siquiera se movían. Andy sintió que la furia le ardía en el pecho.

—Bienvenidos a su nuevo hogar —anunció Caín, extendiendo los brazos como si estuviera presentando un lujoso salón en lugar de una prisión de pesadilla—. Aquí es donde se decide quién es digno de sobrevivir y quién no.

Uno de los guardias empujó a Andy dentro de la jaula, haciendo que cayera de rodillas. Scot intentó moverse, pero otro guardia le golpeó el abdomen con la culata de un rifle, haciéndolo doblarse de dolor. Carla gritó, pero Caín solo se rió.

—Tienes agallas, Andy. Me gusta eso. Pero la pregunta es… ¿tienes lo necesario para ser más que un simple sobreviviente?

Andy levantó la cabeza, jadeante, pero con la mirada firme. No le daría el placer de verlo suplicar.

—No soy como tú —escupió con desprecio—. Y nunca lo seré.

Caín sonrió, inclinándose sobre él.

—Eso es lo que todos dicen al principio —murmuró—. Pero ya veremos cuánto tiempo tarda el infierno en moldearte.

Con un chasquido de dedos, la puerta de la jaula se cerró de golpe. Andy sintió que su pecho se comprimía. No podían quedarse ahí. No podían dejar que Caín siguiera teniendo el control.

Horas pasaron. O tal vez días. La falta de luz hacía imposible medir el tiempo. La comida era escasa, el agua aún más. Andy observaba a Carla, sus ojos vacíos, su cabello enredado. Scot apenas hablaba. Sus dedos jugaban nerviosamente con el suelo de la jaula, como si tratara de recordar cómo era sostener un arma.

Pero Andy sabía que no podían permitirse caer. No ahora. No nunca.

—Vamos a salir de aquí —susurró, su voz firme.

Carla lo miró, su expresión incrédula al principio, pero luego asintió. Scot no respondió de inmediato, pero después de un momento, murmuró:

—Más nos vale hacerlo pronto.

La oportunidad llegó más rápido de lo que esperaban. Un nuevo prisionero fue arrastrado al cuarto. Era un hombre joven, con el rostro lleno de cortes y la ropa hecha jirones. Lo arrojaron a la jaula junto a ellos y, cuando levantó la mirada, Andy vio algo en sus ojos: una chispa de determinación.

—Mi nombre es Marco —susurró el joven—. Y creo que puedo sacarlos de aquí.

Andy intercambió miradas con Carla y Scot. No confiaban en nadie, no podían hacerlo. Pero si había una oportunidad, aunque fuera pequeña, la tomarían.

Caín pensaba que había ganado. Pensaba que los había quebrado.

Pero la verdadera lucha apenas estaba comenzando.

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