Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 51
Capítulo 51: Escapar o morir
El aire en la celda era pesado, cargado de sudor, sangre y desesperación. Marco se apoyó contra la pared de metal oxidado y miró a Andy, Carla y Scot con una mezcla de urgencia y cansancio.
Él no apareció por casualidad. Llevaba semanas, quizás meses, encerrado en los subniveles del recinto, como un prisionero olvidado por Caín, después de que intentó rebelarse. No fue ejecutado, porque Caín dijo que "los traidores sirven más como testigos del fracaso que como cadáveres".
Desde su celda, Marco comenzó a estudiar los túneles, los horarios de los guardias, y algo más inquietante: un sistema de compuertas de seguridad que conectaban la arena principal con los drenajes subterráneos.
Una noche, desde una grieta en la pared, oyó gruñidos... luego chillidos. Luego nada. Revisó planos antiguos en papeles quemados que había robado de un cuarto técnico. Lo que descubrió lo aterró:
Bajo la arena de combate… Caín tenía encerradas a una enorme cantidad de criaturas. Zombis no usados. Todos inyectados con compuestos que los mantenían en un letargo artificial.
Durante días, Marco observó el aumento de presión en los ductos, la electricidad redirigida, los mensajes cifrados de los guardias: “el espectáculo final se acerca”, “hoy se purga la jaula entera”.
Él no escapó. Esperó. Aprendió. Sabía que si no advertía a alguien… nadie saldría vivo.
—No es una corazonada. No es suerte. Estuve aquí… viendo. Escuchando. Todo está preparado para una sola función: liberarlos a todos. Caín no quiere prisioneros. Quiere una masacre.
Andy sintió un escalofrío recorrer su columna. Los humanos podían ser crueles, despiadados, pero los zombis eran imparables. No negociaban. No sentían. Solo consumían.
—Eso significa que tenemos una oportunidad —susurró Andy—. Caín está confiado. No espera un ataque de esta magnitud. Podemos usarlo a nuestro favor.
—Exacto —asintió Marco—. Pero hay un problema: sus hombres tienen todo controlado. Si intentamos escapar ahora, nos matarán antes de siquiera salir de esta jaula.
Andy miró a sus amigos. Carla tenía el rostro pálido, pero su mirada estaba firme. Scot tenía los músculos tensos, preparado para cualquier cosa.
—Entonces tenemos que hacer que Caín nos saque —dijo Andy—. Y yo sé cómo.
El plan se puso en marcha esa misma noche.
Andy se levantó y golpeó los barrotes de la celda con toda su fuerza.
—¡Caín! —gritó—. ¡Tienes razón! ¡Nunca podré vencerte!
Los guardias en la entrada rieron entre ellos, pero uno de ellos se alejó para avisarle a su líder. Minutos después, la puerta de metal se abrió y la imponente figura de Caín entró en la celda.
—¿Rindes la pelea tan rápido? —preguntó con una sonrisa burlona.
Andy lo miró fijamente y, por primera vez, permitió que una pequeña chispa de miedo apareciera en sus ojos.
—No quiero morir aquí. Si de verdad quieres ver de qué soy capaz… dame una oportunidad real.
Caín lo analizó en silencio. Luego, sin previo aviso, le dio un brutal puñetazo en el estómago. Andy cayó de rodillas, tosiendo sangre.
—Eso fue por hacerme esperar —dijo Caín con una sonrisa cruel—. Está bien, te daré una oportunidad. Pero si intentas traicionarme, haré que tus amigos deseen estar muertos.
Andy asintió con la cabeza, fingiendo sumisión, mientras internamente contaba los minutos.
Porque sabía que afuera, en la oscuridad, la horda ya estaba en camino.
La primera señal llegó unas horas después. Los gritos de los centinelas resonaron en la fortaleza cuando la primera línea de infectados apareció en el horizonte. Sus cuerpos podridos avanzaban en masa, una ola imparable de muerte.
Caín salió a la torre de vigilancia con una expresión de irritación.
—¡Derríbenlos! —ordenó.
Las ametralladoras rugieron, derribando a los primeros zombis. Pero por cada uno que caía, diez más aparecían en la distancia.
Andy, Carla, Scot y Marco observaron desde el patio, sus corazones latiendo con fuerza.
—Es ahora o nunca —susurró Marco.
Un estruendo sacudió el suelo cuando una parte de la barricada colapsó bajo la presión de la horda. Los zombis se abalanzaron como un tsunami hambriento, rompiendo las defensas.
El caos explotó.
—¡Vamos! —gritó Andy.
El grupo se lanzó entre los guardias distraídos, esquivando disparos y cuerpos cayendo. La fortaleza de Caín se convertía en una carnicería, sus hombres siendo devorados por la misma amenaza que tanto ignoraron.
Pero entre todo el horror, Andy sintió algo: los ojos de Caín clavados en él.
Incluso en medio del desastre, la batalla entre ellos aún no había terminado.
Comentarios
Publicar un comentario