Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 25


Capítulo 25: Las puertas de San Juan de Lurigancho

El sol se alzaba sobre el horizonte cuando finalmente llegaron. Desde la distancia, San Juan de Lurigancho se alzaba imponente, una ciudad rodeada por murallas metálicas reforzadas con restos de vehículos y escombros. Era una fortaleza en medio de la devastación, un refugio que prometía seguridad en un mundo donde la esperanza era un lujo.

Los caminos hacia la ciudad estaban repletos de sobrevivientes. Familias con niños, grupos de hombres armados, ancianos con miradas agotadas. La radio había hecho su trabajo: atraía a la desesperación como un faro en la oscuridad. Andy observó a su alrededor con cautela. No todos los que estaban allí buscaban refugio; algunos miraban con expresiones afiladas, como si estuvieran esperando la oportunidad perfecta para atacar.

—Hay demasiada gente —murmuró Scot, con la mano firme sobre su arma.

—Esto es un hervidero —susurró Carla, su mirada recorriendo la multitud—. No me gusta.

Eva también lucía nerviosa, pero trataba de ocultarlo. La idea de un refugio seguro había encendido una chispa de esperanza en ella, pero incluso esa esperanza estaba empañada por la desconfianza.

Se acercaron a la entrada, donde un grupo de guardias armados inspeccionaba a cada sobreviviente antes de dejarlos entrar. Un hombre alto, con el cabello entrecano y un uniforme de estilo militar, los observaba con frialdad. Su mirada se detenía en cada persona, analizando, calculando.

—¿Nombres? —preguntó con voz firme.

—Andy. Carla. Scot. Eva —respondieron uno por uno.

El hombre no parecía impresionado. —¿Habilidades?

Scot dio un paso al frente. —Exmilitar. Combate y estrategia.

—Buena puntería —dijo Andy.

—Supervivencia —murmuró Carla.

Eva dudó un instante antes de responder. —Soy buena con primeros auxilios.

El hombre asintió lentamente. —Bien. Pero aquí no entra cualquiera. Necesitamos asegurarnos de que no son una amenaza. Dejen sus armas y pasen por la inspección.

Scot frunció el ceño. —Ni hablar. No voy a entregar mi arma.

El guardia lo miró fijamente. —Todos siguen las mismas reglas.

Antes de que Scot pudiera responder, un disparo resonó en la distancia. Un grupo de infectados emergió de entre las ruinas, atraídos por la multitud. Los gritos estallaron mientras la gente empujaba para entrar en la ciudad.

—¡Mierda! —gruñó Andy, sacando su pistola.

Los guardias abrieron fuego, derribando a varios infectados, pero la estampida de personas era peor que la amenaza en sí misma. En el caos, Carla tomó la decisión.

—¡Vamos! —gritó, señalando un punto ciego en la cerca.

Aprovechando la confusión, el grupo se escabullió por un costado, esquivando a los infectados y colándose entre los escombros. Scot disparó a un caminante que se les acercaba demasiado, mientras Andy cubría la retaguardia.

Cuando finalmente cruzaron la barrera improvisada, sintieron una extraña mezcla de alivio y tensión. Estaban dentro. Pero ahora venía la parte difícil: descubrir qué clase de lugar era realmente San Juan de Lurigancho.

Respirando hondo, Andy miró a su alrededor. Los edificios seguían en pie, algunos improvisados con materiales recogidos de la ciudad en ruinas. Había mercados improvisados, fogatas donde la gente cocinaba, y soldados patrullando con rostros fríos.

—Bienvenidos a San Juan de Lurigancho —murmuró Scot, su voz impregnada de desconfianza.

—Esperemos que no hayamos cometido un error —susurró Carla.

Pero en el fondo, todos sabían la verdad.

No había vuelta atrás.

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