Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 38
Capítulo 38: Ecos en la Oscuridad
La penumbra del estacionamiento subterráneo los envolvía como un manto asfixiante. Andy, Carla y Scot intentaban recuperar el aliento, sus corazones latiendo al unísono con el eco de los infectados en la superficie. El hedor a moho y gasolina vieja impregnaba el aire, recordándoles que aquel refugio no era más que una trampa momentánea.
—¿Cuánto tiempo nos quedamos aquí? —susurró Carla, apoyándose contra una pared fría y húmeda.
—Solo hasta que esos bastardos se dispersen —respondió Scot, revisando el cargador de su pistola. Tenía pocas balas. Demasiado pocas.
Andy no contestó. Su mente aún estaba atrapada en las palabras de Wolfe. "Si sobrevives lo suficiente… tal vez seas tú". Apretó los dientes, sacudiendo la cabeza. No. Él no se convertiría en un monstruo. No como Wolfe.
El silencio fue roto por un ruido metálico en el fondo del estacionamiento. Los tres se tensaron de inmediato. Andy alzó la mano en señal de alerta, y lentamente avanzaron hacia el origen del sonido. Entre los restos de autos abandonados y escombros, divisaron una figura encorvada junto a un viejo camión oxidado.
Era un hombre. Delgado, sucio, con los ojos hundidos por el hambre y el miedo. Levantó las manos temblorosas al verlos.
—Por favor… no disparen —suplicó con voz áspera.
Carla se adelantó, pero Scot la sujetó del brazo. —Cuidado. No sabemos si está solo.
Andy escaneó el entorno. Todo estaba en penumbras, pero algo no cuadraba. El hombre parecía demasiado débil para haber sobrevivido solo.
—¿Estás con alguien más? —preguntó Andy con tono firme.
El hombre tragó saliva y asintió. Señaló hacia una esquina oscura. Andy intercambió una mirada con sus compañeros antes de avanzar con cautela. Al llegar, su pecho se contrajo.
Una niña. No mayor de seis años. Acurrucada contra un neumático, abrazándose a sí misma en busca de calor. Sus ojos eran grandes y llenos de miedo.
—Es mi hija… —susurró el hombre—. Su madre… no lo logró. Por favor… ayúdennos.
Carla se agachó de inmediato junto a la niña, hablándole con suavidad. Scot no parecía convencido.
—No podemos cargar con más personas —murmuró con dureza—. Apenas podemos con nosotros mismos.
Andy sintió un nudo en la garganta. Sabía que Scot tenía razón. Pero mirar los ojos de aquella niña le recordó algo. Su propio reflejo en un espejo, el primer día del apocalipsis. Cuando perdió a sus padres.
—Les daremos recursos y luego seguirán su camino, ¿entendieron?
Scot suspiró y el hombre asintió con la cabeza.
—Está bien, pero les pedimos que no nos hagan daño, hemos estado sobreviviendo por mucho tiempo.
Sin embargo, la decisión que tomaron aquella noche marcaría el inicio de algo mucho más grande. Porque en el apocalipsis, cada elección tenía un precio. Y ellos aún no sabían cuánto les costaría esa.
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