Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 37
Capítulo 37: No quiero ser como él
El silencio de la noche envolvía el refugio improvisado que habían encontrado. Afuera, la ciudad estaba sumida en un caos espectral: calles rotas, coches abandonados, edificios consumidos por el fuego y el tiempo. Andy, Carla y Scot apenas habían tenido tiempo de procesar lo que sucedió en San Juan de Lurigancho antes de caer rendidos por el agotamiento.
El amanecer trajo consigo una calma engañosa. Andy se despertó antes que los demás, su mente aún atrapada en las palabras del general Wolfe. "Si sobrevives lo suficiente… tal vez seas tú". Se llevó las manos al rostro y exhaló, tratando de ahuyentar el escalofrío que recorría su cuerpo. Miró a Carla, que dormía acurrucada en una esquina, y a Scot, con el rostro endurecido incluso en su descanso.
Con cautela, Andy salió del refugio para explorar los alrededores. No había señales inmediatas de infectados, pero los rastros de su presencia estaban por todas partes: sangre seca en las paredes, cadáveres esparcidos en las calles, ventanas destrozadas. No tardó en encontrar una tienda de conveniencia saqueada, donde logró recoger algunas botellas de agua y paquetes de comida enlatada. "No es mucho, pero servirá", pensó.
Cuando regresó, Carla ya estaba despierta y sentada junto a Scot, quien revisaba su herida con una expresión de fastidio. Andy dejó las provisiones a un lado y se sentó con ellos.
—Tenemos que decidir qué hacer —dijo finalmente.
Scot asintió con dificultad. —Lo primero es alejarnos de aquí. Este lugar es demasiado expuesto.
Carla miró por la ventana rota. —¿Y a dónde vamos? San Juan de Lurigancho fue una mentira… No sabemos qué más hay allá afuera.
Andy miró el mapa que habían encontrado en el refugio. Señaló un punto al oeste. —Aquí. Hay un pequeño asentamiento que se menciona en algunas notas que recogimos en San Juan de Lurigancho. Podría ser un refugio seguro, o al menos un lugar con respuestas.
—Si es que sigue en pie —añadió Scot con pesimismo.
—Es nuestra mejor opción —respondió Andy con determinación.
Se tomaron el resto del día para recuperar fuerzas y prepararse para la travesía. Scot insistió en que debían moverse antes del anochecer, evitando las hordas de infectados que merodeaban en la oscuridad. Andy y Carla ayudaron a reforzar las entradas del refugio mientras revisaban sus armas y provisiones.
Cuando el sol comenzó a descender en el horizonte, salieron al exterior con cautela. Avanzaron por callejones estrechos, esquivando los restos de una civilización destrozada. No hablaban mucho, pero la tensión en el ambiente lo decía todo. Cada sombra podía ser un peligro, cada sonido un aviso de muerte.
No tardaron en encontrarse con los primeros infectados. Tres figuras tambaleantes vagaban por la intersección adelante. Andy levantó su cuchillo, Carla empuñó su pistola y Scot apretó la mandíbula.
—Silenciosos —susurró Scot, avanzando primero.
Se movieron con precisión, eliminando a los infectados antes de que pudieran reaccionar. Sin embargo, el ruido de la lucha atrajo a más. Una docena de figuras emergió de las sombras, gruñendo y arrastrándose hacia ellos con hambre desenfrenada.
—¡Corran! —gritó Andy.
El trío se lanzó por una calle lateral, zigzagueando entre los escombros. El sonido de los infectados los perseguía como un eco macabro. Tras varios minutos de carrera, encontraron refugio en un antiguo estacionamiento subterráneo. Se adentraron en la oscuridad, respirando agitadamente.
—Esto no puede seguir así —dijo Carla, con el rostro empapado de sudor y miedo.
Andy apretó los puños. Sabía que tenía razón. Necesitaban un plan. Pero lo que más le aterraba… era que, en lo más profundo de su mente, empezaba a pensar como Wolfe.
La lucha por la supervivencia continuaba. Y la sombra de lo que podía convertirse lo acechaba en cada paso.
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