Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 36
Capítulo 36: Huyendo de la muerte
El sol se alzaba sobre los restos humeantes de San Juan de Lurigancho, proyectando sombras alargadas sobre las calles cubiertas de escombros. El caos de la noche anterior dejaba su rastro en cada rincón: autos incendiados, edificios colapsados y cuerpos inmóviles entre los restos de la ciudad. La plaga de infectados seguía propagándose como un incendio voraz, y Andy, Carla y Scot no tenían otra opción que seguir adelante.
Respiraciones agitadas y pasos apresurados resonaban en el asfalto. Scot, con la herida en su costado apenas vendada, se apoyaba en Andy mientras avanzaban por una calle desierta. Carla, con los nudillos blancos de tanto apretar su arma, caminaba a su lado con los sentidos alerta.
—No podemos quedarnos aquí mucho tiempo —murmuró Carla, observando el horizonte. El eco de gruñidos y pasos tambaleantes se filtraba entre los edificios.
—Lo sé, pero Scot necesita descanso —respondió Andy, con la preocupación reflejada en su mirada.
Scot soltó un resoplido y esbozó una sonrisa cansada. —He estado peor. Sigamos.
El grupo se internó en un callejón estrecho, donde el olor a carne quemada y metal oxidado llenaba el aire. A lo lejos, las sirenas de autos abandonados seguían emitiendo pitidos intermitentes, acompañando el caos de la urbe muerta. A cada paso, los escombros crujían bajo sus pies, y cada sonido hacía que sus corazones latieran con fuerza.
—Tenemos que encontrar un refugio —susurró Andy, recorriendo los edificios con la mirada.
Finalmente, encontraron un almacén abandonado, con las puertas de metal entreabiertas. Carla empujó con cautela la entrada y escaneó el interior con la linterna de su rifle. Era un lugar viejo, con herramientas esparcidas y manchas de aceite en el suelo. Lo más importante: estaba desierto.
—Aquí podríamos descansar unas horas —dijo Carla.
Andy ayudó a Scot a sentarse contra una pared mientras ella cerraba la puerta con un trozo de metal. La oscuridad del lugar les brindó un breve alivio del mundo exterior.
—Quiero revisar la herida de Scot —dijo Andy, sacando un botiquín improvisado.
Scot chasqueó la lengua. —No es nada, de verdad.
—No te hagas el duro, viejo —Carla se cruzó de brazos—. Te necesitamos entero.
Andy retiró la venda ensangrentada, revelando un corte profundo. Limpió la herida con alcohol, haciendo que Scot apretara los dientes, pero no se quejó. Mientras trabajaban en silencio, Carla miró hacia una de las ventanas rotas, donde podía ver la ciudad agonizante en la distancia.
—¿Y ahora qué? —preguntó en voz baja.
Andy guardó el botiquín y suspiró. —Ahora, descansamos. Mañana averiguaremos a dónde ir.
Carla asintió, aunque la tensión no desapareció de su rostro. Sabía que esto no había terminado. San Juan de Lurigancho había caído, pero el infierno apenas comenzaba.
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