Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 27
Capítulo 27: Tienes dos caminos
Andy observó a su alrededor. Había familias, ancianos, jóvenes y niños, todos atrapados en la misma incertidumbre. Algunos parecían llevar días sin comer, con rostros hundidos y ojeras profundas. Otros miraban hacia la puerta, como si esperaran algo.
—No me gusta esto —susurró Carla, abrazando sus piernas—. Se siente como una trampa.
Scot asintió, cruzándose de brazos. —Si realmente fueran a ayudarnos, no nos tendrían hacinados como ganado. Esto no es un refugio, es un campo de concentración disfrazado.
Eva, sentada al lado de Andy, se estremeció. —Tal vez solo están desbordados. Es decir, mucha gente respondió al mensaje. Podría ser que no estén preparados para tantos.
—O podría ser algo peor —dijo Andy, mirando de reojo a los guardias armados apostados en la entrada. Cada uno llevaba uniformes gastados, pero sus rifles estaban en perfecto estado. No parecían hombres desesperados, sino soldados con un propósito.
Sus ojos se posaron en un hombre sentado contra una pared, con los brazos rodeando sus piernas. Su rostro estaba cubierto de sudor y su mirada perdida. Parecía desmoronarse por dentro.
Andy se acercó.
—¿Estás bien?
El hombre levantó la cabeza bruscamente. Sus ojos, enrojecidos y temblorosos, se clavaron en los de Andy con una mezcla de miedo y cansancio.
—¿Yo…? —balbuceó—. No sé si estoy vivo o solo esperando morir.
Andy sintió un escalofrío. Se sentó a su lado, manteniendo la voz baja.
—¿Cómo llegaste aquí?
El hombre tragó saliva y miró de reojo a su alrededor, como si temiera que alguien lo escuchara.
—Cuando todo esto comenzó, la ciudad fue un infierno. Nadie podía salir, los muertos estaban por todas partes. Pero… las fuerzas de aquí resistieron. Lucharon hasta el último hombre, y cuando los zombies dejaron de ser la mayor amenaza, cerraron las murallas.
Andy frunció el ceño.
—Eso suena como algo bueno.
El hombre dejó escapar una risa nerviosa.
—Eso pensamos todos… al principio.
Andy notó que las manos del hombre temblaban.
—¿Qué pasa aquí realmente?
El hombre lo miró fijamente. En sus ojos no había ira, ni tristeza… solo un pánico silencioso.
—Wolfe.
El nombre salió de su boca casi en un susurro.
—¿Quién es Wolfe?
—El general que dirige este lugar. El que nos mantiene "seguros". Pero aquí la seguridad tiene un precio.
Andy sintió su estómago retorcerse.
—¿Qué precio?
El hombre bajó la voz aún más, inclinándose hacia él.
—Obediencia. Total. Ciega. Aquí no hay segundas oportunidades. Sigues las reglas o… desapareces.
Andy sintió su piel erizarse.
—¿Qué les pasa a los que rompen las reglas?
El hombre apretó los labios, como si le costara siquiera pronunciar las palabras.
—Se los llevan. A los túneles. Nadie vuelve.
Andy sintió que su pecho se apretaba.
De repente, la puerta principal se abrió de golpe, y un hombre alto y corpulento entró con pasos pesados. Su presencia impuso silencio en la habitación. Vestía un uniforme militar ajado, con insignias que indicaban un rango alto.
—General Wolfe —murmuró Scot, con una mirada oscura.
El exmilitar recorrió la habitación con sus fríos ojos azules. Su rostro curtido por la guerra no mostraba ni un rastro de compasión.
—Bienvenidos a San Juan de Lurigancho —dijo con voz grave, proyectada por los altavoces oxidados que chirriaban en cada esquina del complejo—. Algunos de ustedes creen que han encontrado un hogar.
Otros piensan que esto… es una trampa.
Guardó silencio por unos segundos. El murmullo entre los nuevos habitantes se desvaneció. Nadie se atrevía a respirar fuerte. Luego, bajó la vista, alzó el puño y con una calma escalofriante, dejó caer la sentencia que los marcaría a todos:
Pero, todos deben saber esto:
—La verdad no es que los fuertes sobreviven...
...es que los que obedecen, viven.
Los demás… se convierten en lecciones para los que aún dudan.
“La democracia murió con el primer grito de auxilio. Aquí, sobrevivimos porque obedecemos. La libertad es un lujo que destruyó al mundo... y yo no pienso repetir ese error.”
Andy sintió un nudo en el estómago. Había algo en la mirada de ese hombre que le recordaba a Isaac, pero mucho peor. No se trataba de un fanático con delirios de grandeza, sino de alguien que había visto el mundo caer y había decidido construir el suyo propio con hierro y sangre.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó un hombre al fondo del salón.
Wolfe sonrió, una expresión más aterradora que tranquilizadora. —Todos aquí deben contribuir. Si quieren quedarse, trabajarán para la ciudad. Si son útiles, vivirán. Si no... —su sonrisa se desvaneció—, serán desechados.
Un murmullo inquieto se extendió entre los refugiados. Scot se puso de pie, con los puños apretados.
—¿Y qué hay de aquellos que no están de acuerdo con sus términos? —preguntó con voz firme.
El general lo miró con un destello de reconocimiento en los ojos. —Siempre hay disidentes. Pero aquí en San Juan de Lurigancho, no desperdiciamos recursos en los que se niegan a adaptarse. —Hizo un gesto con la mano, y dos guardias arrastraron a un hombre al centro de la habitación. Su rostro estaba cubierto de moretones.
—Él intentó escapar anoche —dijo Wolfe con calma—. Quiero que todos entiendan lo que significa desafiar nuestro orden.
Uno de los soldados sacó un cuchillo y, sin vacilar, se lo hundió en el cuello. Un grito ahogado resonó en la habitación antes de que el hombre cayera al suelo, convulsionando.
Eva ahogó un grito y Carla se cubrió la boca. Andy sintió que la sangre se le helaba.
—Esto es una dictadura —murmuró Scot, furioso.
El general se volvió hacia él y sonrió. —Es supervivencia. Y aquí, solo los que se someten pueden vivir.
Wolfe salió de la habitación sin decir más. Los guardias arrastraron el cadáver fuera del refugio como si fuera basura.
Andy cerró los ojos un momento, tratando de calmar su corazón acelerado. Esto era peor de lo que habían imaginado. Estaban atrapados en una ciudad gobernada por un tirano despiadado. Y tendrían que encontrar una manera de salir antes de que fuera demasiado tarde.
Pero antes, necesitaban respuestas.
—Tenemos que encontrar a ese científico —dijo Andy en voz baja—. Dr. Vance. Si hay una salida, él la conocerá.
Carla asintió, con el rostro endurecido. —Y si San Juan de Lurigancho va a caer... lo haremos desde adentro.
El grupo se preparó. La verdadera lucha apenas comenzaba.
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