Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 32


Capítulo 32: El último golpe

La noche se cernía sobre San Juan de Lurigancho como un velo de sombras, mientras Andy, Carla, Scot, Eva y Mark se preparaban para ejecutar su plan. Las calles estaban llenas de soldados y drones patrullando, pero el caos creciente jugaba a su favor. Las explosiones y los disparos en la distancia indicaban que la resistencia seguía combatiendo contra las fuerzas de Wolfe.

—El almacén está en la zona industrial, al otro lado de la ciudad —susurró Mark mientras avanzaban por los callejones oscuros—. Si nos movemos con cuidado, podemos llegar antes del amanecer.

Carla lo miró con recelo. —Espero que sepas lo que haces.

Mark sonrió con suficiencia. —Confíen en mí… —dijo, pero su tono no era seguro ni confiado, más bien titubeante, como si estuviera tratando de ocultar sus verdaderas intenciones—. Si quieren salir de aquí, necesitarán mi ayuda. No soy un santo, lo sé. Pero si no lo hacen… morirán, y yo tampoco tengo ganas de perderlos. O al menos no tan pronto.

—No es una opción —respondió Scot, afilando su mirada.

El grupo avanzó con sigilo entre los escombros, evitando el contacto con los soldados. Cada esquina representaba un peligro, cada sombra podía ocultar un enemigo. El ambiente estaba cargado de tensión.

En un punto de descanso, se refugiaron en un antiguo taller mecánico. Andy revisó el mapa y señaló una posible ruta segura.

—Si tomamos este túnel de drenaje, evitaremos los puntos de control.

—O podríamos quedar atrapados si nos descubren ahí dentro —objetó Eva.

—Tampoco es que tengamos muchas opciones —añadió Scot.

Mark asintió. —Es el camino más seguro. Yo voy primero.

Uno a uno, descendieron al túnel. La humedad y el olor a óxido llenaban el aire. Se movieron en silencio, solo iluminados por una linterna tenue. Pero cuando estaban a mitad de camino, un ruido los puso en alerta.

—¿Escucharon eso? —susurró Carla, levantando su arma.

Un gruñido resonó en la oscuridad. Andy sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—No estamos solos.

Desde las sombras, un infectado emergió con ojos desorbitados y piel desgarrada. Luego otro. Y otro más. Pronto, el túnel se convirtió en una trampa mortal.

—¡Corran! —gritó Scot, disparando contra los primeros que se abalanzaban sobre ellos.

El grupo comenzó a moverse frenéticamente. Los disparos resonaban en el estrecho túnel, pero los infectados seguían apareciendo. Eva tropezó, pero Carla la ayudó a levantarse.

—¡No te detengas! —gritó Carla.

Mark llegó primero a la salida y forcejeó con la rejilla metálica. —¡Está atascada!

Andy y Scot cubrían la retaguardia, disparando sin descanso. La munición empezaba a escasear.

—¡Empújala con todo! —ordenó Andy.

Mark dio una patada con toda su fuerza y la rejilla cedió. Salieron a una bodega abandonada, cerrando la salida tras ellos. El silencio reinó por unos segundos. Luego, el sonido de los infectados golpeando el metal retumbó en el aire.

—Eso estuvo demasiado cerca —dijo Eva, jadeando.

Scot miró su cargador. —Nos queda poca munición.

—No importa. Estamos cerca del almacén —dijo Mark, señalando un edificio en la distancia. —Ese es nuestro objetivo.

El grupo se acercó al almacén con cautela. Había guardias armados vigilando la entrada.

—¿Ideas? —preguntó Carla.

Andy observó el área y vio un camión estacionado cerca. —Podemos usarlo para infiltrarnos.

—O hacer que explote y causar un buen desastre —sugirió Scot con una sonrisa feroz.

Mark sacó un pequeño explosivo de su mochila. —Déjenme encargarme.

Con movimientos precisos, colocó la carga en el tanque de combustible del camión y la activó con un temporizador.

—Tenemos treinta segundos para movernos.

El grupo se escondió mientras la cuenta regresiva avanzaba. Los guardias ni siquiera vieron venir lo que pasó después.

La explosión iluminó la noche y el estruendo sacudió la zona. El almacén entró en alerta y los soldados corrieron a investigar. Aprovechando el caos, el grupo se deslizó dentro del edificio.

Dentro, estanterías llenas de armas y municiones se extendían a lo largo de la instalación. Pero lo más impactante era una caja fuerte al fondo de la sala.

—Ahí dentro debe estar lo más valioso —dijo Andy.

—Necesitamos abrirla —afirmó Carla.

Eva encontró una terminal de seguridad e intentó acceder al sistema.

—Denme un minuto.

Pero el tiempo no estaba de su lado. Afuera, los soldados estaban reorganizándose. Unos pasos se escucharon en el pasillo.

—¡Nos descubrieron! —alertó Scot, disparando contra los primeros enemigos que entraban.

Eva trabajaba con desesperación mientras el resto cubría la entrada.

—¡Ya casi! —gritó.

Finalmente, la caja fuerte se abrió con un sonido metálico. Dentro había documentos, discos duros y un dispositivo extraño.

—Esto es lo que Wolfe protege —murmuró Mark.

—Entonces nos lo llevamos —dijo Andy, guardando todo en su mochila.

Las balas seguían lloviendo. El grupo sabía que no aguantarían mucho más.

—¡Hora de irnos! —exclamó Carla.

Corrieron hacia una salida trasera, abriéndose paso entre los soldados. Justo cuando cruzaban la puerta, una figura apareció frente a ellos.

—No tan rápido —dijo Wolfe, apuntándolos con su rifle.

El aire se volvió denso. Nadie se movió.

—Dame lo que robaste, Andy —ordenó Wolfe—. Y quizás los deje vivir.

Andy apretó los dientes. Sabía que ceder no era una opción.

—¡Corre! —gritó Carla, lanzando una granada de humo.

El grupo se dispersó en medio de la confusión. Disparos resonaron en la oscuridad.

El plan había funcionado. Pero ahora, Wolfe los quería muertos más que nunca.

Y la cacería apenas comenzaba.

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