Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 35
Capítulo 35: La llama de la venganza
El eco de sus pasos resonaba en los callejones oscuros de San Juan de Lurigancho. Las sirenas seguían sonando a lo lejos, una sinfonía de caos que anunciaba el desastre inminente. Andy, Carla y Scot corrían sin mirar atrás, sus corazones latiendo con un propósito claro: terminar lo que habían empezado.
Mark los había traicionado. Eva había muerto. No podían permitir que todo eso fuera en vano.
—Nos dirigimos al último punto de reunión —dijo Scot, mirando a Andy—. Si Wolfe sabe que estamos aquí, necesitamos movernos rápido.
—Vamos a acabar con esto —respondió Andy, con una determinación férrea en los ojos.
Las calles estaban en ruinas. La gente corría aterrorizada mientras los soldados de Wolfe patrullaban con órdenes de matar a cualquier sospechoso. La ciudad estaba al borde del colapso, y ellos estaban a punto de darle el último empujón.
El Ataque Final
El grupo llegó a un edificio abandonado, su último refugio antes del enfrentamiento final. Carla sacó un mapa de la ciudad y señaló el centro de mando de Wolfe: un antiguo rascacielos fortificado que antes había sido el edificio gubernamental de San Juan de Lurigancho.
—Si tomamos el generador principal, cortamos la electricidad de todo el cuartel —explicó Carla—. Eso nos dará la ventaja.
—Después, subimos hasta el último piso —añadió Scot—. Allí es donde estará Wolfe.
—Y lo matamos —dijo Andy con frialdad.
No había otra opción. Wolfe era el cáncer de esa ciudad, y solo había una cura.
Con sus armas listas y su estrategia clara, el grupo se movió como sombras entre los edificios derruidos. Cada paso los acercaba al corazón del enemigo, al hombre que había destrozado sus vidas.
Caída en la Oscuridad
La primera explosión sacudió el edificio de Wolfe. Las luces parpadearon y la alarma se disparó.
—¡Vamos! —gritó Carla.
Entraron al rascacielos disparando, derribando soldados con precisión letal. Scot se movía como un depredador, eliminando enemigos con una brutalidad que nunca antes había mostrado. Andy, más calculador, aseguraba que cada bala contara. Carla, rápida e implacable, lideraba el camino.
Cuando llegaron al generador, colocaron los explosivos. Andy miró a Carla y Scot. No necesitaban palabras. Sabían lo que debían hacer.
—Cinco minutos —dijo Scot, activando el temporizador.
El trío corrió hacia el ascensor de servicio. No podían permitirse perder tiempo. El fuego de las explosiones iluminaba el cielo de San Juan de Lurigancho mientras ellos ascendían al último piso.
El Último Enfrentamiento
La oficina de Morgan Wolfe estaba intacta, como si el caos de afuera no existiera. Allí, sentado en su escritorio, estaba él, con una copa de whisky en la mano y una sonrisa arrogante.
El fuego consumía las ruinas a su alrededor, iluminando la figura del general con un resplandor infernal. Se puso de pie, con la espalda erguida y la mirada helada, no parecía un hombre al borde de la muerte, sino un depredador esperando el momento perfecto para atacar.
—Sabía que vendrían —dijo, con la tranquilidad de quien ya ha visto su destino escrito en sangre—. No pueden cambiar lo inevitable.
—Lo inevitable es tu muerte —Carla escupió las palabras con rabia, clavando la mira del rifle en su frente.
Pero Wolfe sonrió. No de forma burlona, sino con la certeza de alguien que ha escuchado lo mismo una y otra vez.
—Eva pensó lo mismo —murmuró—. Mírenla ahora.
El aire se tensó como una cuerda a punto de romperse. Andy sintió cómo la rabia le quemaba el pecho. Sus dedos se crisparon en el gatillo, pero Scot levantó una mano, deteniéndolo.
Wolfe se cruzó de brazos y los miró con esa expresión que hacía que el mundo entero pareciera insignificante a sus ojos.
—Antes de que hagan algo estúpido, escúchenme.
El silencio fue la única respuesta.
—Una vez, fui como ustedes —comenzó—. Creí en la humanidad. En la civilización. Luché en guerras que no entendía, seguí órdenes de hombres que jamás pisaron un campo de batalla. Protegí a los débiles, a los indefensos… y vi a mis hermanos morir por ellos.
Hizo una pausa, su mandíbula se tensó.
—¿Saben qué obtuve a cambio? Traición. Mis propios hombres vendidos por un puñado de raciones. Mi esposa, mi hijo… asesinados por cobardes hambrientos que solo sabían robar y suplicar.
Sus ojos se oscurecieron, llenos de un abismo insondable.
—Entonces entendí la verdad. El mundo no colapsó por los zombis. Colapsó porque la humanidad es un error.
Carla tragó saliva, pero no bajó el arma.
—Por eso matas a quien no puede pelear…
—Por eso elimino lo que es un lastre —corrigió Wolfe, con voz de hierro—. Los débiles mueren, los fuertes gobiernan. No hay héroes. No hay redención. Solo el poder decide quién vive y quién es olvidado.
Se inclinó ligeramente hacia ellos.
—Ustedes lo han visto. No me digan que no. Han estado allí cuando la desesperación convierte a la gente en bestias. Han visto cómo, cuando el hambre aprieta, la moral se desmorona como cenizas al viento.
Andy sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Porque Wolfe tenía razón. Lo había visto.
—Únanse a mí —ofreció el general—. Abandonen esa mentira de que el mundo puede salvarse. No peleen contra lo inevitable. Sean fuertes.
Scot escupió al suelo.
—Prefiero morir de pie que vivir como un verdugo.
—Y yo prefiero luchar antes que seguir a un loco —añadió Carla, con el arma aún firme.
Wolfe suspiró, decepcionado.
—Entonces son débiles.
Andy lo supo en ese instante. No había vuelta atrás.
Apretó el gatillo.
Las balas rugieron en la noche, pero Wolfe se movió como un espectro, deslizándose tras un pilar en el último segundo.
Entonces, su risa resonó entre las ruinas.
—Vamos. Si creen que pueden matarme… inténtenlo.
El combate fue un infierno. Wolfe no era solo un líder despiadado; era un depredador curtido en la guerra. Se movía con la letalidad de un asesino entrenado, su puntería impecable y su velocidad inhumana para alguien de su tamaño. Cada bala que disparaba era una sentencia de muerte, cada movimiento, una amenaza calculada.
Andy, Carla y Scot no eran simples sobrevivientes. Eran la tormenta que acabaría con él.
La pelea estalló en una vorágine de disparos y gritos. Andy rodó tras una cubierta cuando el estruendo de una bala pasó rozando su oreja. Scot disparó a quemarropa, pero Wolfe se movió a tiempo, la bala apenas le rozó la mejilla. Wolfe respondió con una patada brutal al pecho de Scot, lanzándolo contra una pared con un crujido seco.
Carla aprovechó la distracción y cargó con su cuchillo. Sus ojos ardían con furia mientras lanzaba una estocada directa al cuello de Wolfe. Pero él era más rápido. Bloqueó el golpe, torciendo su muñeca con tanta fuerza que Carla gritó de dolor. Con un giro, la arrojó al suelo y pisó su mano, obligándola a soltar el arma.
Andy disparó.
Wolfe esquivó, pero la bala le perforó el costado. Soltó un gruñido de rabia y se lanzó sobre Andy, golpeándolo con el cañón de su rifle. La vista de Andy se nubló por un instante, su oído zumbaba. Antes de que pudiera reaccionar, Wolfe lo sujetó por el cuello y lo estrelló contra el suelo, dejándolo sin aire.
—¿Eso es todo lo que tienen? —escupió Wolfe, limpiando la sangre de su boca con el dorso de la mano—. Decepcionante.
Scot, con el hombro empapado en sangre, se levantó con un grito de furia y se abalanzó sobre él. Ambos chocaron como bestias enloquecidas. Wolfe le lanzó un puñetazo directo a la mandíbula, pero Scot lo atrapó por el brazo y le propinó un rodillazo en las costillas. Wolfe se encogió, pero respondió con una embestida brutal que los hizo caer al suelo enredados en una pelea cuerpo a cuerpo.
Carla, con la muñeca adolorida, tomó su cuchillo con la otra mano y se arrastró hacia Wolfe. Con un grito, le clavó la hoja en el muslo.
Wolfe rugió de dolor.
Andy aprovechó el momento. Con un esfuerzo sobrehumano, se impulsó hacia adelante, tomando su pistola del suelo y apuntándola directamente al rostro de Wolfe.
Wolfe yacía en el suelo, su cuerpo roto, la sangre empapando su uniforme destrozado. Pero no había miedo en sus ojos, ni desesperación. Solo esa maldita sonrisa.
—Vamos, Andy —susurró, con los labios manchados de rojo—. Sabes que no cambiarás nada.
Andy levantó el arma, con los dedos firmes en el gatillo.
Pero Wolfe rió, con una risa áspera, como si se burlara de la misma muerte.
—Crees que me has ganado. Que mi muerte es el fin de todo. Pero no entiendes nada, ¿verdad?
Andy frunció el ceño.
—Lo que he construido… —tosió sangre, pero su sonrisa no desapareció— …no morirá conmigo.
Carla apretó los puños.
—Tus herederos están muertos. Tu locura termina aquí.
Wolfe ladeó la cabeza, divertido.
—¿Mis herederos? Creen que esto es solo sobre mí… pero yo solo encendí la chispa.
“En las urnas pedían justicia, en las calles gritaban libertad… pero cuando el mundo se vino abajo, todos corrieron a esconderse detrás de una bota. La mía.”
Su mirada se clavó en Andy.
—La gente ha visto lo que hice. Han entendido que el viejo mundo es solo un cadáver en descomposición. Puedes matarme, Andy… pero la idea ya está sembrada.
El estómago de Andy se revolvió.
—Mis hombres ya han salido. Sembrarán el miedo, destruirán cualquier comunidad que intente aferrarse a la ilusión de la civilización.
Andy sintió el peso de sus palabras hundirse en su pecho como un ancla.
—Mataste a Eva y a cientos más… —susurró—. No puedo permitir que sigas respirando.
Wolfe exhaló un suspiro cansado, como si hablara con un niño que no entiende lo que sucede.
—Oh, Andy… Aún no lo entiendes.
Su mirada se tornó más oscura.
—No importa cuántos maten. No importa cuántas veces luchen por algo mejor. Siempre habrá otro Wolfe. Alguien más fuerte. Más cruel.
Su sonrisa se ensanchó.
—Si sobrevives lo suficiente… tal vez seas tú.
Andy sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Y por primera vez… dudó.
Por una fracción de segundo, las palabras de Wolfe se sintieron como una verdad inevitable.
Pero no.
Apretó el gatillo.
Un solo disparo.
El eco de la bala se fundió con el viento, llevándose con él la risa de Morgan Wolfe.
Pero su sombra… su sombra quedaría para siempre.
El cráneo de Wolfe se inclinó hacia atrás, su cuerpo se desplomó pesadamente. El silencio se extendió por la habitación, roto solo por la respiración entrecortada de Andy, Carla y Scot.
Wolfe estaba muerto. Su reinado de terror había terminado.
Pero la guerra… aún no.
El Legado de los Caídos
Las explosiones abajo sacudieron el edificio. No tenían mucho tiempo.
—¡Tenemos que irnos! —gritó Carla, ayudando a Scot a levantarse.
El grupo corrió por los pasillos destrozados, esquivando escombros y llamas. Cuando finalmente salieron al tejado, el aire estaba lleno de humo y cenizas.
Desde lo alto, vieron la ciudad. San Juan de Lurigancho estaba en ruinas. Pero ya no era una prisión. Era una oportunidad de empezar de nuevo.
Andy miró al horizonte, recordando a Eva, a todos los que habían perdido. Sus muertes no serían en vano.
—Lo logramos —susurró Carla.
Scot, herido pero vivo, sonrió. —Sí. Lo logramos.
La lucha por la supervivencia había terminado. Pero su historia apenas comenzaba.
El amanecer rompió el cielo de San Juan de Lurigancho, marcando el inicio de una nueva era. Y mientras las cenizas caían como nieve, los tres supervivientes supieron que, pase lo que pase, siempre recordarían a aquellos que los llevaron hasta allí.
Eva. Mark. Todos los caídos.
No eran solo nombres. Eran parte de su historia.
Y su historia jamás sería olvidada.
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