Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 33
Capítulo 33: El último destello de Eva
Los disparos retumbaban en la noche mientras el grupo corría entre callejones oscuros. El humo de la granada aún flotaba en el aire, confundiendo a los soldados de Wolfe. Andy apretaba la bolsa con los documentos robados contra su pecho, sintiendo cómo su corazón latía con furia en su pecho.
—¡Sigan moviéndose! —gritó Scot, girando para disparar a un soldado que se acercaba demasiado.
Carla tiró de Eva, quien estaba rezagada. Su respiración era irregular, sus ojos llenos de algo más que agotamiento: miedo, pero también determinación.
El grupo giró una esquina y se encontró con un callejón sin salida. La única salida era una escalera de incendios que llevaba a los tejados. Scot fue el primero en subir, seguido de Andy y Carla. Eva se quedó atrás, cubriendo la retaguardia. Mark disparó un par de veces y luego subió detrás de los demás.
Entonces, los reflectores iluminaron el callejón. Los soldados de Wolfe los habían encontrado.
—¡No hay escapatoria! —rugió uno de ellos—. ¡Ríndanse o mueran!
Andy se giró, viendo a Eva todavía en el suelo. Algo en su expresión le heló la sangre. Sabía lo que iba a hacer.
—¡Eva, sube! —le gritó.
Pero Eva no se movió. En su lugar, les dedicó una última sonrisa.
—Es ahora o nunca, chicos.
Antes de que alguien pudiera detenerla, corrió en dirección contraria, disparando contra los soldados para darles tiempo de escapar.
—¡NO! —gritó Carla, intentando bajar, pero Scot la sujetó con fuerza.
—No hay tiempo —dijo con los dientes apretados—. ¡Tenemos que irnos!
Desde lo alto, Andy observó a Eva. Los disparos llovieron a su alrededor, pero ella siguió avanzando, eliminando a varios soldados en el proceso. A pesar del caos, su mente se llenó de recuerdos.
El Pasado de Eva
Eva solía ser una niña soñadora. Nacida en una familia humilde, su infancia estuvo marcada por la lucha constante de sus padres por sobrevivir en un mundo cada vez más hostil. Su padre, un médico con un corazón noble, trabajaba en clínicas clandestinas ayudando a quienes el sistema había abandonado. Su madre, una enfermera fuerte y decidida, le enseñó que la vida no se trataba solo de sobrevivir, sino de ayudar a los demás.
Cuando el brote del virus comenzó, su familia intentó salvar a tantos como pudieron. Su padre se negó a abandonar a sus pacientes, y su madre se quedó a su lado. Pero el sacrificio fue en vano. Los infectados irrumpieron en la clínica y los destrozaron mientras Eva, escondida en un armario, escuchaba sus gritos sin poder hacer nada.
Desde ese día, juró que no viviría en vano. Juró que, si alguna vez tenía la oportunidad de marcar la diferencia, lo haría.
El Último Sacrificio
Los recuerdos la golpearon con fuerza, pero no la detuvieron. Su dedo no dejó de apretar el gatillo, cada disparo vengando a sus padres, cada bala significando algo más que una simple resistencia: era su legado, su decisión de luchar hasta el final.
Sintió una bala atravesar su costado, pero se mantuvo en pie. Luego otra en su pierna. Finalmente, cayó de rodillas, pero aún sonreía. Había logrado lo que quería: darles una oportunidad.
Los soldados se acercaron lentamente, pero Eva ya no tenía miedo. Con su última fuerza, sacó una granada de su chaleco y la sostuvo firmemente, mirando a los hombres que la rodeaban.
Los recuerdos ardían en su pecho tanto como las balas en su cuerpo. Pero Eva no se detuvo. Su respiración era cada vez más corta, más irregular, pero su mirada permanecía firme. No en los soldados. No en la muerte. Sino en el recuerdo de sus padres, en la promesa que se había hecho.
Con la granada en mano, mientras los enemigos se acercaban, Eva dirigió su mirada por última vez hacia donde Andy, Carla y Scot aún tenían oportunidad de huir. Y sonrió. No con resignación, sino con esperanza.
Entonces, susurró, no para sus enemigos, sino para sus amigos. Para la vida:
—Vivir no es aguantar... vivir es elegir por quién estás dispuesto a caer. Yo ya elegí. Ahora... vivan por algo más grande que el miedo.
Y tiró del seguro.
Desde los tejados, el grupo vio la explosión iluminar el callejón, sintieron la onda expansiva sacudir los edificios. Carla dejó escapar un grito desgarrador, cayendo de rodillas. Andy cerró los ojos, apretando los puños con fuerza, las lágrimas también desbordaban de sus ojos. Scot miró en silencio, con el rostro endurecido, él se negaba a ver morir a otro compañero. Cada pérdida lo desgarraba, pero comprendió que, a pesar de todo lo que estaban pasando, tenían que seguir adelante. Incluso Mark pareció impactado.
Pero no podían permitirse el lujo de llorar. No ahora.
—Sigamos —dijo Scot en voz baja, su tono firme pero quebrado.
Carla no podía dejar de llorar, pero asintió. Andy la ayudó a levantarse, sintiendo el peso de la pérdida en su pecho. Eva se había sacrificado por ellos. Por su libertad. Por un futuro que tal vez nunca verían.
Pero mientras ellos vivieran, su sacrificio no sería en vano.
El grupo se alejó por los tejados, con el dolor latiendo en su interior. Y en algún lugar, entre el humo y los escombros, el recuerdo de Eva brillaba con fuerza.
Su último destello en la oscuridad.
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