Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 26


Capítulo 26 - La ciudad de las sombras

Las puertas de San Juan de Lurigancho se cerraron tras ellos con un chirrido de metal oxidado. Andy, Carla, Scot y Eva avanzaron con cautela, observando cada rincón de la ciudad que ahora llamaban "refugio". A primera vista, el lugar parecía un milagro en medio del caos: tiendas de campaña alineadas en las calles, comerciantes intercambiando bienes y niños corriendo entre los escombros, riendo como si el mundo no hubiera colapsado. Sin embargo, la presencia de soldados armados con rostros inmutables y miradas frías quebraba cualquier ilusión de seguridad.

Scot observó los edificios fortificados y las barricadas de acero.

—Este lugar está demasiado bien organizado —murmuró—. Demasiado controlado.

Carla también lo notó. Aunque la ciudad parecía un refugio, había algo sofocante en el ambiente. Las personas hablaban en voz baja, algunas con miradas temerosas, y cada cierto tiempo, un grupo de soldados pasaba patrullando. Nadie parecía cuestionarlos.

—No me gusta —dijo Carla en voz baja.

—A mí tampoco —contestó Andy, sintiendo una sensación de peligro que le resultaba familiar.

Un hombre con un chaleco de cuero se acercó a ellos, sonriendo con una expresión que intentaba ser amigable pero que no llegaba a sus ojos.

—Son nuevos, ¿cierto? —les preguntó—. Me llamo Marcus. Bienvenidos a San Juan de Lurigancho. Aquí dentro están a salvo, siempre y cuando sigan las reglas.

—¿Y cuáles son esas reglas? —preguntó Scot con suspicacia.

Marcus se rascó la barbilla, como si no le sorprendiera la pregunta.

—Las que dicta el general Wolfe. Y mientras trabajen y no causen problemas, no tendrán de qué preocuparse —continuó Marcus—. Pero si rompen las reglas, bueno... la ciudad tiene maneras de lidiar con eso.

Carla sintió un nudo en la garganta. —¿Dónde podemos quedarnos?

—El pueblo oeste tiene alojamiento para los nuevos. Los soldados les dirán dónde instalarse.

Marcus se alejó, dejándolos con una sensación de inquietud.

—Este lugar es una maldita dictadura —espetó Eva en voz baja.

—Lo sabemos —asintió Andy. —Pero ahora que estamos aquí, debemos encontrar respuestas.

El grupo caminó hasta la zona designada, un edificio de concreto con ventanas tapiadas y una entrada vigilada por guardias armados. Dentro, encontraron colchones sucios y literas oxidadas. Otras personas se encontraban allí, en su mayoría con expresiones resignadas.

Scot apretó los puños. —Aquí pasa algo más.

Carla asintió. —Necesitamos averiguar qué es.

Andy se apoyó contra la pared, observando a su alrededor. El refugio en el que habían puesto sus esperanzas podría ser una cárcel disfrazada. Pero una cosa era segura: no dejarían que los atraparan en otra pesadilla.

La verdadera lucha en San Juan de Lurigancho apenas había comenzado.

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