Nuestra Lucha por la Supervivencia - Capítulo 11


Capítulo 11: Ecos del pasado

En una parte muy lejana de la noche, Scot le entregó con cuidado su escopeta a Andy. Sus movimientos eran lentos, silenciosos. Afuera, la ciudad seguía rugiendo con los gemidos lejanos de los caminantes.

—No hagas ruido —murmuró Scot, con la voz grave y contenida—. Si disparás esto sin saber cómo, no solo podrías matarte... también podrías matarnos a todos.

Andy tragó saliva. Sentía el peso del arma en las manos como si llevara una responsabilidad que lo sobrepasaba. Carla observaba desde un rincón, con el niño dormido entre sus brazos. Eva vigilaba la entrada, cuchillo en mano, atenta a cada sombra.

Scot se puso detrás de Andy, guiándole las manos.

—Esto no es un juego. Mira. Carga suave... sin soltar el seguro todavía. Siente el retroceso aquí —le señaló el hombro—. Tu cuerpo tiene que estar listo. Si disparas, asegúrate de no temblar... ni una vez.

Andy asintió, respirando hondo. No podía dejar que el miedo lo dominara.

—Apunta como si tu vida dependiera de eso... porque depende. Pero no dispares a menos que sea absolutamente necesario. Acá, el sonido atrae más monstruos que balas puede cargar esta arma.

La tensión entre ellos se sentía tan densa como el aire viciado del lugar. Andy bajó lentamente el arma tras practicar el agarre.

—¿Lo entiendes, chico? —preguntó Scot.

Andy lo miró a los ojos y asintió. Por primera vez desde que todo había comenzado, sintió que tenía una oportunidad de sobrevivir... aunque eso significara ensuciar sus manos.

Una vez Andy le devolvió el arma a Scot, sus manos temblaban ligeramente, pero su mirada se había endurecido. No era el mismo chico que había bajado al estacionamiento.

Scot lo notó y asintió, satisfecho.

—Bien hecho. No necesitas ser un soldado… solo necesitas estar listo.

Luego miró a Carla y a Eva. Ambas estaban sentadas junto a una columna, en silencio. Pero él sabía que el silencio no significaba calma. Sus ojos lo decían todo: miedo, ansiedad… y una chispa de determinación.

—Ahora ustedes —dijo Scot, caminando hacia ellas mientras se colgaba la escopeta al hombro—. Puede que nunca lleguen a disparar… pero si algún día encuentran un arma, más les vale saber cómo sostenerla.

Carla se levantó primero, tragando el nudo en la garganta. Eva la siguió, más firme, como si el miedo la hiciera avanzar en lugar de frenarla.

Scot sacó su pistola de la funda y la descargó con movimientos precisos, luego se la tendió a Carla.

—Primero vos. No está cargada. No tengas miedo de sostenerla.

Carla tomó la pistola con las dos manos, insegura. La sintió fría, extraña… como si el metal le pesara más en la conciencia que en los brazos.

—Pies separados. Hombros relajados. Nunca pongas el dedo en el gatillo si no vas a disparar —dijo Scot, con voz baja pero firme—. Apuntá. Firme. Sin titubear.

Carla lo hizo. Su respiración se volvió más rápida, pero no bajó el arma.

—Bien. No es solo cuestión de fuerza —añadió Scot—. Es tener el temple para decidir si lo harás o no. Y si lo haces… no dudes.

Después de unos segundos, Carla bajó la pistola. No dijo nada, pero sus ojos ya no eran los de alguien indefensa.

Eva fue la siguiente.

Tomó la pistola sin vacilar, la alzó con ambas manos, como si lo hubiese estado esperando desde el primer día del apocalipsis.

—¿Así? —preguntó.

—Así —asintió Scot—. Pero menos tensión. La pistola no va a obedecerte si le tienes miedo.

Eva inspiró por la nariz, exhaló por la boca. Ajustó la postura, tal como había visto a Andy hacerlo minutos antes.

—Bien. No se trata de volverse asesinas —les dijo a ambas—. Pero si no saben defenderse, no duran ni un día más ahí afuera.

La pistola volvió a la funda. Scot observó a los tres jóvenes. Andy, Carla, Eva. Eran chicos. Eran inexpertos. Pero también eran lo único que tenía.

—Ustedes no son soldados… —murmuró, más para sí que para ellos—. Pero si quieren sobrevivir, tendrán que empezar a pensar como uno.

Desde la entrada, el niño se removió en brazos de Carla. El gemido lejano de un zombi rompió el silencio.

No había tiempo para el pasado. El futuro se construía con cada decisión que tomaban desde ahora.

Cuando amaneció, Eva fue la primera en levantarse. Observó al grupo y luego los despertó suavemente.

"Debemos movernos. No podemos quedarnos aquí mucho tiempo."

David frotó sus ojos con sueño y se aferró a Carla, quien trataba de animarlo. Scot ya estaba listo, con su arma en mano, y Andy se frotó el rostro antes de ponerse de pie.

"¿Hacia dónde vamos ahora?" preguntó Carla.

Eva miró a su alrededor. "Hacia el norte. Ahí hay un edificio que podría tener suministros. Y quizás… haya algo más."

Andy frunció el ceño. "¿Algo más?"

Eva lo miró a los ojos. "Respuestas."

El grupo intercambió miradas. Todos sabían que el camino sería peligroso, pero a estas alturas, no había otra opción.

"Entonces no perdamos tiempo," dijo Scot.

Y con eso, el grupo salió del refugio, adentrándose nuevamente en la ciudad sin ley.


Sombras en la Ciudad

El sol matutino apenas podía atravesar la densa capa de nubes y polvo que cubría el cielo. Las calles estaban desiertas, pero todos sabían que aquello no significaba seguridad.

Caminaban en silencio, con los sentidos alerta. Cada esquina, cada ventana rota podía esconder una amenaza. Carla sostenía con firmeza la mano de David, tratando de brindarle algo de seguridad en un mundo que ya no la ofrecía.

Eva lideraba el camino con una expresión dura, pero su mente estaba ocupada. Miraba de reojo a Scot y Andy, sopesando si realmente podía confiar en ellos. Hasta ahora, habían demostrado ser capaces y leales, pero en este mundo, la confianza era un lujo peligroso.

De repente, Scot se detuvo en seco.

"Escuchen."

Todos se quedaron quietos. En la distancia, se oían pasos, seguidos de un sonido espeluznante: un gorgoteo irregular, acompañado por jadeos ahogados.

"Son infectados," susurró Eva. "Debemos movernos."

Tomaron un desvío por un callejón estrecho, moviéndose con rapidez. Los sonidos se intensificaron, pero lograron esquivarlos al ingresar a un viejo edificio de oficinas parcialmente derrumbado.


Conversaciones Entre Ruinas

Dentro del edificio, encontraron un espacio donde podían tomar un respiro. Las paredes estaban cubiertas de moho y el aire olía a humedad y muerte, pero al menos era un refugio temporal.

Andy se dejó caer contra la pared, respirando hondo. "Cada día esto se vuelve peor."

Carla miró a Scot, quien se mantenía en silencio, como si su mente estuviera en otro lugar. Después de la conversación de la noche anterior, Andy también lo notó.

"Scot, anoche hablaste de Ethan."

Scot alzó la mirada lentamente.

"Dijiste que no sabías qué hacer cuando perdiste lo que te daba fuerzas para seguir adelante," continuó Andy. "Pero ¿realmente nunca encontraste nada más?"

Scot suspiró y pasó una mano por su rostro. "Después de que Ethan murió, me sumergí en el trabajo. Me convertí en policía porque creía que podía hacer la diferencia, que podía evitar que más personas pasaran por lo que pasé."

"¿Lo lograste?" preguntó Carla.

Scot soltó una risa amarga. "Hubo momentos en los que pensé que sí. Pero este mundo tiene una forma de recordarte que no importa cuánto luches, la tragedia siempre está al acecho."

Eva se cruzó de brazos. "Pero sigues aquí. Sigues peleando. Eso significa que algo dentro de ti no se ha rendido."

Scot la miró fijamente. "Tal vez. O quizás sea solo el instinto de supervivencia."

Andy se frotó la nuca. "A veces me pregunto si hay algo al final de todo esto. Si alguna vez podremos dejar de huir."

Carla se abrazó a sí misma. "Yo solo quiero un lugar donde David pueda estar a salvo. Donde pueda vivir sin miedo."

David, quien había estado en silencio, miró a Carla con una expresión de tristeza. "¿Crees que eso sea posible?"

Carla sonrió levemente y revolvió su cabello. "Quiero creer que sí. Y mientras siga creyendo, no voy a rendirme."

Eva miró el horizonte a través de una ventana rota. "No podemos saber lo que nos espera. Pero si dejamos de pelear, entonces ya estamos muertos."

Andy asintió. "Entonces seguimos adelante."

Scot miró a cada uno de ellos y por primera vez en mucho tiempo sintió que, quizás, había encontrado una razón para seguir adelante.


Rumbo al Norte

Tras descansar unos minutos, retomaron su camino. La ciudad se extendía ante ellos como un monstruo dormido, lleno de peligros ocultos. Pero esta vez, aunque el miedo seguía presente, también lo estaba la determinación.

No sabían lo que encontrarían al llegar a su destino, pero una cosa era segura: juntos, eran más fuertes.

Y así, avanzaron hacia lo desconocido.

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